domingo, 10 de mayo de 2009

Respetado por las langostas

Pasé la niñez en mi pueblo natal, Larroque, perteneciente a la querida Pcia. de Entre Ríos. Era pueblo mas que nada de agricultores y hacendados. Tanto los unos como los otros necesitaban del verde de sus campos que periódicamente se veían acosados por mangas de langostas. Los lugareños hablaban de siete años de buenas cosechas seguidos de otros siete de desastres producidos por la acción deso­ladora de las langostas.
Yo las recuerdo llegar al pueblo por la ancha avenida al fren­te de mi casa. Formaban una nube inmensa oscura, a ras de tierra, que venía acercándose. Eran mangas formadas por millones de insectos marrones, con alas y unas patas larguísimas como cremalleras. Se po­saban en todo lo verde que quedaba tapizado de marrón y luego se­guían su viaje arrasando con todas las plantas y hojas de arboles. Los pobres agricultores en minutos veían como desaparecían sus plan­tas de trigo, lino o cualquier otro cultivo necesario para obtener sus cosechas de granos con los cuales solventaban los gastos de toda la familia. Cada llegada de langostas era una tragedia. No se sabía ni de donde salían ni adonde iban. Pero sí vi un año en donde la plaga fue tan avasalladora que hasta agricultores fuertes se anotaron en la Municipalidad (entonces Junta de Fomento) como matalangostas para terminar con el problema. Les ponían barreras de zinc en el camino de las mangas y cuando éstas quedaban atrapadas las fumigaban y quemaban.
Cerca de uno de las tapiales de casa, que lindaba con la casa vecina había un duraznero que daba frutos inmensos del tamaño de los que se vendían en almíbar, enlatados; tan comunes como postres en aquellos tiempos. Al lado de ese duraznero que yo tanto quería porque me podía elegir duraznos para comer al pié del árbol, había crecido un paraíso que se desarrolla tan rápido que en poco tiem­po hacía mas sombra que el duraznero por lo cual mi madre lo dejó crecer. Pero cuando el paraíso creció, casi pegado al duraznero algo debió pasar porque los duraznos fueron incomibles, tenían gusto a paraíso.
A pesar de mis pocos años de vida puse empeño en que sacaran el paraíso. Fue inútil, a mis familiares les interesaba mas la som­bra del paraíso. La fruta en esa época y región era baratísima, las compraban por bolsas o por cientos en las chacras de Gualeguay o Gualeguaychú, que son ciudades vecinas.
En mi mente infantil consideraba que el paraíso había envene­nado al duraznero y cada vez que en algún lugar veía un árbol seco o que estaba muriendo, pensaba ¡Por qué ese y no el paraíso que en­venena el duraznero de casa!
Un día que llegaban las langostas y vimos la manga aproximán­dose nos ordenaron ¡Gurises, adentro, que viene la langosta! Y nos llevaron a los chicos dentro de la casa. Las langostas invadieron todo. A través de los vidrios veíamos todo marrón, tapizado de lan­gostas.
Al día siguiente, cuando nos dejaron salir estaban todas las plantas y árboles pelados, no habían dejado una sola hoja para ver, excepto el paraíso que estaba intacto. Mi indignación no tenía lí­mites ¡Justo el árbol que quería que se comieran, fue el que quedó intacto! Ni las langostas lo quisieron. Pero a mí no solo me indig­nó el hecho, sino que me llamó la atención. Y me fui al negocio don­de estaba mi papá dialogando con un amigo. Al verme me preguntó ¿Qué haces aquí hijita? Qué pasa?
-Papá, las langostas respetaron el pa­raíso que yo quería que se secara, y al otro, grandote, también.
-Y por qué querías que se secara el paraíso?
-Porque envenenó al duraznero.
-Y cómo sabes que lo envenenó?
-Porque ya no puedo comer la fruta, tiene gusto a paraíso.
El amigo de papá dijo: ¡Qué observadora que es la nena! En ca­sa tampoco pelaron los paraísos, fueron los únicos que se salvaron, debe ser veneno para las langostas también, la naturaleza es sabia.
Y allí escuché a mi papá que contaba: Y pensar que a los paraí­sos, eucaliptus y gorriones que tanto abundan acá los importó Sar­miento. Habrá sabido que a la sombra de los paraísos no la quitan ni las langostas?
El amigo de papá dijo: yo lo conocía por árbol santo o laurel griego mi señora lo llama "lila de las Indias", porque cuando están cubiertos de flores se los vé de ese color. Mis chicos hacen colla­res para jugar con el centro de las flores. A mí me gusta el olor a paraíso, es el olor de mi casa, tengo muchos en mi patio mi placer mas grande es tomar mate a la sombra de los paraísos. Si hasta a veces pongo un catre bajo los paraísos para dormir la siesta, allí tengo sombra y aire puro.
Bueno hija, viste, las langostas respetaron los paraísos y es una suerte, eso quiere decir que las vacas no se quedaron sin sombra porque en esta zona es el árbol que mas abunda. Ahora andá con tu mamá que debe estar buscándote.
Al año siguiente el duraznero se había secado. Entonces sí, lo sacaron y yo ya había aprendido a gozar de la sombra del paraíso y a hacer collares también. Si después de todo era un árbol extra­ordinario ¡Había sido respetado por las langostas!

De mi colección "Mis cuentos que son anécdotas"

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