lunes, 18 de mayo de 2009

El fantasma de la biblioteca

Ubiquémonos en la parte este de USA, la llamada Nueva Inglate­rra, en donde las mujeres consideradas brujas eran quemadas vivas hasta fines del siglo pasado*; donde lo misterioso aún perdura en museos como la casa de las brujas en Salem, lugar donde en el año 1620 desembarcó el Mayflower con los primeros colonizadores ingle­ses que vinieron a nuestra América con la aspiración de conservar sus principios religiosos. En esa región surgieron dos universidades muy famosas ya ancestrales: la de Harvard en la ciudad de Cambridge, estado de Massachusetts y la de Yale, en New Haven, Connecticut. Yo fui a esta última para completar mi formación. Como médica argentina fui a cursar Salud Pública, especializándome en Epidemiología.
Acostumbraba a usar una de sus hermosas bibliotecas, la de Me­dicina, en donde se podían ver desde incunables hasta las revistas recién publicadas en todos los rubros que incumben a este campo del saber.
El libro consultado en la oportunidad que les cuento era la última clasificación de virus aparecida, en el año que estaba cur­sando una de las asignaturas: Virología. Retiré el libro y me lo lle­vé al Harkness Hall, donde vivía. Anoté lo que me importaba y lo res­tituí cumpliendo con todos los trámites administrativos correspon­dientes.
Pocos días después encontré a uno de mis maestros preparando una conferencia y tenía en sus manos una edición anterior a la que yo había visto. La nueva tenía muchas modificaciones porque ese era un período en que el estudio físico-químico de los virus y la bio­logía molecular avanzaban tanto que las especies de virus se empe­zaban a agrupar en géneros y familias nuevas. Al verlo le comenté que ya había aparecido la nueva edición y que estaba en la biblio­teca. Mi maestro desapareció enseguida y al cabo de un buen rato, mientras me encontraba trabajando en el laboratorio, entró indigna­do y me dijo:
-No hay ninguna edición nueva de este libro en la bi­blioteca de Medicina. Insistí en que Ud. ya lo había visto y por las dudas registraron todos los archivos y dicen que nunca lo recibieron. Piensan que Ud. se debe de haber confundido de biblioteca. ¡Mire, yo ya perdí mucho tiempo y a ese libro lo necesito de manera que ma­ñana cuando llegue lo quiero tener acá!
Yo lo vi tan indignado y para colmo trabajaba en sus labora­torios que no me quedó mas remedio que volver a la biblioteca de Me­dicina porque yo no retiraba libros de otras.
Cuando llegué y pregunté al bibliotecario por ese libro, dijo:
-¡Oh no, otra vez! Ya vino un profesor y me hizo buscar por todo, no existe ni la ficha! Usted dice que lo retiró de acá y luego lo de­volvió? Debe estar confundida. Aquí no existe ni entrada para ese libro. Posiblemente lo haya retirado de la biblioteca de la Escuela de Salud Pública. Si quiere cerciorarse busque en los estantes por especialidades o sobre las mesas de los lectores.
Pasé horas buscando pues la biblioteca es inmensa. Volví des­corazonada a hablar con el bibliotecario y pedirle que me dejara ver las fichas porque yo no estaba confundida. En eso apareció a mi derecha un viejito con una pinta de profesor erudito y bondadoso que me dijo:
-Puedo ayudarla. Yo sé donde está. ¿Podemos pasar por acá?
Miré al bibliotecario y le repetí la pregunta:
-¿Podemos pasar por acá?
Había que levantar la tapa del mostrador que era a la vez la puerta del frente de su pequeño despacho. Me miró con ojos sorpren­didos y dijo
-¡Oh, sí! Y levantó la tapa.
Pasó el viejo profesor que dijo:
-Sígame.
Salió de ese pequeño despacho por la puerta trasera, luego fue por las escaleras al primer subsuelo y se dirigió al segundo subsuelo, en donde extendió la mano hacia un estante, tomó el libro buscado y me lo entregó cuando todavía yo estaba bajando la escalera. Por mirar si el libro era el que yo buscaba lo perdí de vista a este viejo profesor que se movió tan rápido que no lo pude encontrar.
Cuando volví hacia el despacho del bibliotecario mi alegría no tenía límites: en mis manos estaba el libro buscado y en el re­gistro de su primera página la fecha en que lo llevé y la de su retorno.
-Vio! Acá está el libro!, le dije.
El bibliotecario seguía con una cara de extrañeza que daba miedo
-¿De dónde lo sacó?- me dijo
-Del segundo subsuelo, de los estantes que tienen libros de grandes tamaños.
-Lo sacó Ud. o se lo dieron?
-Me lo dio el señor mientras bajaba por las escaleras
-¿Qué señor?
- El que se ofreció a ayudar­me, con el cual me autorizó a pasar por acá.
-Y cómo era?
- Pero si Ud. lo vio tan bien como yo! Lo ando buscando para agradecerle pues desapareció
-¿No sabe si se fue o está en la sala de lectura?
-Irse no se fue porque ésta es la única salida y por acá nadie pa­só; habrá ido a la sala de lectura. Yo no sé porque no he visto a nadie.
Recorrí la sala de lectura, todos los pisos de la biblioteca que a esa hora de la noche tenían muy pocos concurrentes y al no encontrar a mi benefactor volví al hall de entrada, me aseguré nue­vamente con el bibliotecario que el señor no había salido y me que­dé a esperarlo. Infructuosa fue mi espera: cuando se hicieron las doce de la noche decidí retirarme a descansar, aunque contenta pues te­nía el libro que buscaba.
A la mañana siguiente fui temprano al laboratorio, antes de ir a clase que comenzaban a las ocho hs., para poder dejar en el escri­torio de mi maestro el libro solicitado. Grande fue mi sorpresa cuan­do al llegar al laboratorio encontré al bibliotecario en la secre­taría y una de las chicas sale a decirme:
-¡You saw the ghost! He attend on you!
Yo me preguntaba ¿Habré entendido bien? Me dice que vi al fantasma y que él me atendió? Qué fantasma? Qué tenía que ver con todo esto la presencia del bibliotecario en secretaría? Me fui a la clase. Cuando regresé al laboratorio aprovechando uno de los recreos vi que mi maestro ya había llegado. El también me vio, me llamó y me dijo:
-Venga y déme detalles de cómo encontró el libro.
Se los di y pregunté:
-Por qué tantas explicaciones?
-Porque el biblio­tecario vino a disculparse conmigo y a decirme que la ficha del li­bro se había extraviado, que ese libro había sido colocado en estan­tes de un subsuelo en donde se colocan libros que exceden los tamaños regulares y que había sido Ud. quien durante la noche recibió en manos el ejemplar dado por el fantasma de la biblioteca. Ese fantasma ya ha hecho otras apariciones que se repiten desde el siglo pasado.
-Y Ud.qué quiere Dr.? Saber si mis datos coinciden con los que da el bibliotecario?
-No,queremos saber si sus datos coinciden con los conocidos para el fantasma de la biblioteca. El biblioteca­rio no lo vio. Se sorprendió con su pedido "¿Podemos pasar?", estando Ud. sola. Su respuesta y atención a alguien que él no veía y su inmediata aparición con el libro que al preguntarle de dónde lo sacó dijo que el señor que se ofreció a ayudarla se lo dio en manos mien­tras bajaba las escaleras pero que Ud. alcanzó a ver de qué lugar lo sacaba.
-Ud.quiere decir que a mí me atendió un fantasma! Para mí ha sido un viejo profesor de la casa que conoce todos sus secretos. Tenía una cara de bueno!
-Yo no digo nada. Solo averiguo, a pedido. Gracias por el libro.
Quedé estupefacta y até cabos: apareció de improviso sin ningún ruido o movimiento perceptible. No dio lugar a introducciones como me hubiera gustado y se acostumbraba. Sabía todo. Desapareció en el instante en que traté de ver el título del libro y desapareció como vino: sin que ninguno lo viera. ¿Por qué en todo el rato que estuve esperando para agradecerle el bibliotecario sólo me miraba de hito en hito con los ojos grandotes y no me hizo ningún comentario? A estos últimos solo los hizo en mi lugar de trabajo y a mis compa­ñeros de clase. Todos me acosaban: You saw the ghost, tell us something about it! Yo solo debo confesar que no conocía la leyenda, que si hubiera pensado que era un fantasma quizás me hubiera desmayado. Si a eso llaman fantasma debo decir que era un ser encantador, un viejito que inspiraba ternura, con expresión de bondad y paternalismo, que solucionó mi problema y me dejó un profundo sentimiento de gratitud que al no poder transmitírselo, me lo dejó en el alma.
Gracias, Señor Fantasma!

*Escrito en el año 1992, siglo XX.

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