viernes, 12 de junio de 2009

Por falta de kindergarten?

Me encontraba escribiendo "Mis cuentos... que son anécdotas" cuando tocaron el timbre. Era uno de mis hermanos que llegaba por asunto de negocios a Bs. Aires y de paso iba a pasar el fin de semana conmigo. Cuando le comenté lo que estaba haciendo exclamó:
- ¡Te acordas cuando boleaste a un perro! A eso ¿También lo vas a contar?
-Y por qué no, le dije, si son recuerdos de mi infancia.
Y pensé que sería bueno escribirlo y hoy empecé así: Yo tendría cuatro o cinco años pues todavía no iba a la escuela primaria que en aquel entonces comenzábamos a los seis años. El jardín de infantes no se conocía en mi pueblo ni en muchas otras ciudades en aquella época. Los niños jugábamos con nuestros hermanos y vecinos del barrio a las escondidas, piedra libre, pallana con sus hoyos, puentes, cambiaditas, a la rayuela, a las bolillas o cuando nos mandaban adentro al ludo, ta-te-tí, dados o damas. Cuando llovía jugábamos con mis tías a las cartas: al burro, al culo sucio, al desconfío o al pinche. Cuan­do mi padre nos reunía para entretenernos era para enseñarnos a su­mar y calcular. Con él jugábamos a la escoba, al truco y al tute con codo con los naipes españoles y al pocker con los ingleses. Yo no sa­bía ni lo que era un número quince pero sabía que con un caballo y un seis o un rey y un cinco podía levantar una baza. A través de las figuras nos daban los valores asignados y nos decían: aquí la sota es ocho, el caballo 9 y el rey 10, independientemente de lo que tengan escrito. Cuando eramos muchos jugábamos a la lotería.
Pero claro, no siempre llovía y cuando no habían nacido mis dos hermanos menores, los cuatro mayores eramos tres varones y yo. A ellos les gustaba jugar a la guerra con soldaditos, a los indios, a los aros que hacían rodar con un alambre doblado en la punta, o con zancos, se­gún las épocas.
En el tiempo que les relato tenían el berretín de jugar a los indios. Hacían sus hondas o gomeras, sus arcos, sus flechas y sus bolea­doras. Y en realidad aunque quería jugar con ellos solo me lo permitían cuando estaban solos. Si llegaban otros chicos del barrio a mí me echa­ban y me decían:
-Ud se va a casa, no juega.
Y generalmente me limitaba, a observar a mis hermanos cuando jugaban con los otros.
Pero yo no quería ser menos. Ya sabía como hacer todo y donde encontrar los elementos necesarios para hacer las cosas. Un día tomé piola de pescar con la cual hice una trenza larga, de mas de un metro y le até en cada extremo una taba. Las tabas eran huesos de las patas de los animales, los astrágalos, que se usaban para jugar a la taba y que mis hermanos habían traído en cantidad de la carnicería vecina. En fin, construí una boleadora y me dispuse a probarla y también a probar mi puntería. Busqué a donde apuntar y por la distancia y ubi­cación me venía muy bien una canilla que había en el patio, tenía un caño alto y recto que se elevaba como un metro desde el suelo.
Comencé a rebolear mis boleadoras y cuando las iba a lanzar vi un perro que se metió en el patio pero no me quedó mas remedio que arrojarlas porque el impulso que habían tomado era superior a mis fuerzas. Tuve puntería pues las boleadoras se enroscaron en el caño vertical, pero envolvió contra la canilla al perro con sus patas tra­seras en paralelo al caño en forma tal que quedó atrapado. Yo no pude gozar de mi buena puntería. La arruinó el perro que empezó a aullar de tal manera que me desesperó y asustó. No me animaba a auxiliar al perro con su boca abierta y grandes colmillos que gemía, aullaba y ladraba cada vez mas. Empecé a gritar:
- ¡Papá! ¡Papá!
Enseguida se llenó de gente, toda mi familia, los que estaban en la casa y el negocio, entre ellos el dueño del perro, fueron atraídos por mis gritos y los del animal.
Cuando llegó mi padre y vio la situación dijo:
- ¡Pobre perro! ¡Decime cual de tus hermanos fue!
- Fui yo, papá!
-¿A quién estás protegiendo? ¡Decime quién fue!
El dueño del perro corrió a liberar a su animal que salió dis­parando y los curiosos desaparecieron. Mis familiares querían saber quien fue. Yo lloraba desesperada diciendo que no le tiré al perro sino al caño de la canilla. La muchacha que trabajaba en casa dijo haberme visto trenzando las piolas y mis hermanos estaban tan incrédulos como mi padre.
Mi madre dijo:
- Debe haber sido ella nomás, como dice, si los otros chicos no estaban acá.
En mi desesperación le tironeaba la manga del pantalón a papá diciendole que yo sola hice y tiré las boleadoras ¡Todos reían a car­cajadas! Hasta mi padre que era tan serio cuando hacíamos travesuras. Por fin,cuando se dio cuenta que era cierto, me alzó para que dejara de llorar, me sonó la nariz y me secó la cara con su pañuelo y dijo:
- ¡Mira la chiquitita! Pero vos no tenes la culpa. Fue el perro que confundió el caño de la canilla con la parte de atrás de un árbol. Y mirando a mi madre dijo:
- Viste, eso pasa porque aquí no hay kindergarten. Vos qué estabas haciendo?
- Yo le estaba bordando un vestidito a la nena
- ¡Mira qué nena! Boleando perros, parece un marimacho.
Mi tia Orfilia que estaba presente dijo:le voy a enseñar a tejer y mirándome amenazó: si no aprendés te voy a llamar Juan Ramón La Cruz González, en vez de Norma Mettler.
Bueno, dijo mi padre, encima debo agradecer que no le pasó nada. Me llevo las boleadoras de recuerdo. Vos no usás más estas cosas. Des­de ahora en mas aprenderás a bordar y tejer y mirando a mi madre y mi tía dijo: y tengan cuidado con las agujas. Es muy chiquita, a ver si se ensarta una aguja de tejer todavía.

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