Pasé la niñez en mi pueblo natal, Larroque, perteneciente a la querida Pcia. de Entre Ríos. Era pueblo mas que nada de agricultores y hacendados. Tanto los unos como los otros necesitaban del verde de sus campos que periódicamente se veían acosados por mangas de langostas. Los lugareños hablaban de siete años de buenas cosechas seguidos de otros siete de desastres producidos por la acción desoladora de las langostas.
Yo las recuerdo llegar al pueblo por la ancha avenida al frente de mi casa. Formaban una nube inmensa oscura, a ras de tierra, que venía acercándose. Eran mangas formadas por millones de insectos marrones, con alas y unas patas larguísimas como cremalleras. Se posaban en todo lo verde que quedaba tapizado de marrón y luego seguían su viaje arrasando con todas las plantas y hojas de arboles. Los pobres agricultores en minutos veían como desaparecían sus plantas de trigo, lino o cualquier otro cultivo necesario para obtener sus cosechas de granos con los cuales solventaban los gastos de toda la familia. Cada llegada de langostas era una tragedia. No se sabía ni de donde salían ni adonde iban. Pero sí vi un año en donde la plaga fue tan avasalladora que hasta agricultores fuertes se anotaron en la Municipalidad (entonces Junta de Fomento) como matalangostas para terminar con el problema. Les ponían barreras de zinc en el camino de las mangas y cuando éstas quedaban atrapadas las fumigaban y quemaban.
Cerca de uno de las tapiales de casa, que lindaba con la casa vecina había un duraznero que daba frutos inmensos del tamaño de los que se vendían en almíbar, enlatados; tan comunes como postres en aquellos tiempos. Al lado de ese duraznero que yo tanto quería porque me podía elegir duraznos para comer al pié del árbol, había crecido un paraíso que se desarrolla tan rápido que en poco tiempo hacía mas sombra que el duraznero por lo cual mi madre lo dejó crecer. Pero cuando el paraíso creció, casi pegado al duraznero algo debió pasar porque los duraznos fueron incomibles, tenían gusto a paraíso.
A pesar de mis pocos años de vida puse empeño en que sacaran el paraíso. Fue inútil, a mis familiares les interesaba mas la sombra del paraíso. La fruta en esa época y región era baratísima, las compraban por bolsas o por cientos en las chacras de Gualeguay o Gualeguaychú, que son ciudades vecinas.
En mi mente infantil consideraba que el paraíso había envenenado al duraznero y cada vez que en algún lugar veía un árbol seco o que estaba muriendo, pensaba ¡Por qué ese y no el paraíso que envenena el duraznero de casa!
Un día que llegaban las langostas y vimos la manga aproximándose nos ordenaron ¡Gurises, adentro, que viene la langosta! Y nos llevaron a los chicos dentro de la casa. Las langostas invadieron todo. A través de los vidrios veíamos todo marrón, tapizado de langostas.
Al día siguiente, cuando nos dejaron salir estaban todas las plantas y árboles pelados, no habían dejado una sola hoja para ver, excepto el paraíso que estaba intacto. Mi indignación no tenía límites ¡Justo el árbol que quería que se comieran, fue el que quedó intacto! Ni las langostas lo quisieron. Pero a mí no solo me indignó el hecho, sino que me llamó la atención. Y me fui al negocio donde estaba mi papá dialogando con un amigo. Al verme me preguntó ¿Qué haces aquí hijita? Qué pasa?
-Papá, las langostas respetaron el paraíso que yo quería que se secara, y al otro, grandote, también.
-Y por qué querías que se secara el paraíso?
-Porque envenenó al duraznero.
-Y cómo sabes que lo envenenó?
-Porque ya no puedo comer la fruta, tiene gusto a paraíso.
El amigo de papá dijo: ¡Qué observadora que es la nena! En casa tampoco pelaron los paraísos, fueron los únicos que se salvaron, debe ser veneno para las langostas también, la naturaleza es sabia.
Y allí escuché a mi papá que contaba: Y pensar que a los paraísos, eucaliptus y gorriones que tanto abundan acá los importó Sarmiento. Habrá sabido que a la sombra de los paraísos no la quitan ni las langostas?
El amigo de papá dijo: yo lo conocía por árbol santo o laurel griego mi señora lo llama "lila de las Indias", porque cuando están cubiertos de flores se los vé de ese color. Mis chicos hacen collares para jugar con el centro de las flores. A mí me gusta el olor a paraíso, es el olor de mi casa, tengo muchos en mi patio mi placer mas grande es tomar mate a la sombra de los paraísos. Si hasta a veces pongo un catre bajo los paraísos para dormir la siesta, allí tengo sombra y aire puro.
Bueno hija, viste, las langostas respetaron los paraísos y es una suerte, eso quiere decir que las vacas no se quedaron sin sombra porque en esta zona es el árbol que mas abunda. Ahora andá con tu mamá que debe estar buscándote.
Al año siguiente el duraznero se había secado. Entonces sí, lo sacaron y yo ya había aprendido a gozar de la sombra del paraíso y a hacer collares también. Si después de todo era un árbol extraordinario ¡Había sido respetado por las langostas!
De mi colección "Mis cuentos que son anécdotas"
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