Era el 20 de Abril de 1995, nos dirigíamos desde la casa donde nació Bartolomé Mitre, ex-presidente argentino, fundador del diario La Nación y poeta, entre otras cosas, situada en Lavalle 900, donde hoy está la Embajada de las letras, hacia la Feria del Libro que estaba en Pueyrredón y Figueroa Alcorta. Ibamos con Mirta Castro, quien nos había invitado a tres coautoras de libros poliautoriales que con el fin de estimular a los escritores editaba la embajada a través de premios que llevaban nombre de escritores de habla hispana: el mío correspondía al premio Julio Cortázar, poesía, categoría mayores. La antología "Refugios de Vida" contiene tres poemas de mi autoría.
Subimos las cuatro a un taxi con tan mala suerte que a unas ocho cuadras se recalentó el motor y el tránsito estaba tan congestionado que con luces rojas en el tablero y el motor echando humo nos invitaron bajar y tomar otro taxi. Mientras viajábamos vi que el coche delante nuestro estaba tapizado de gotas de agua aunque el limpiaparabrisas nuestro estaba quieto, pregunté: -Está lloviendo ahora o el agua que tiene el coche de adelante es vieja?. Pensando en un chaparrón que ya hubiera pasado. El taximetrero respondió: -¿Agua vieja? ¿Es que existe agua vieja? Con todos los años que llevo encima es la primera vez que escucho esa expresión. ¿Es correcta? ¿Hay agua vieja?
Me quedé pensando. La verdad es que el taximetrero tenía razón. El agua no es nueva ni vieja, es siempre igual. Puede estar congelada como hielo, escarcha, nieve o gaseosa como vapor o humedad, o líquida en gotas de rocío, en lagos, arroyos, ríos, mares, una lluvia con todas sus modalidades de formas y duraciones o simplemente agua que como todo líquido toma la forma del recipiente que lo cortiene. Pero siempre es agua y siempre es ser, ser agua es ser presente.
Tiene razón, señor taxista, gracias por la lección. El agua no tiene pasado ni futuro como nosotros, los humanos, no es joven ni vieja. El ser agua, es ser presente, así, como Dios.
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